jueves, agosto 13, 2009

De obesos, pendientes y perritos

Hace unos días, tuvimos la oportunidad de leer en este periódico, un artículo firmado por el señor Junceda Avello, extremadamente interesante; hasta el punto de ser de lo mejor que se ha escrito en los últimos años en la prensa asturiana por la finura en el análisis de determinados usos y gustos sociales.
Son precisamente esos usos y gustos, lo que nos indican con exactitud la forma de ser de dicha sociedad y de los miembros que la forman, en definitiva nos permiten dibujar una idea del hombre prototìpico de ésta, tal y cómo nos mostraba Platón en "El Filebo", "La República" y "Las Leyes".
Posteriormente, y siguiendo la temática inspirada por el señor Junceda, apareció en escena un desconocido interlocutor con ánimo de polemizar. Sin embargo, dada la endeblez supina de su, digamos, razonamiento, tan sólo puede crear una polémica imaginaria o de ficción. Indiquemos además que los argumentos aducidos, si así se pueden llamar, quedan sólo en ejemplos anecdóticos, de una empiria grotesca, tópicos de una inconsistencia casi obscena, y que, paradójicamente, no vienen sino a justificar, legitimar, y dar, en suma, la razón a la argumentación del señor Junceda, porque el progresismo sin sentido, como una falta absoluta de ideología, como el que autoriza a escribir en un medio de comunicación sin saber lo que se dice ni de qué se está hablando, a hablar por hablar, es otro de los síntomas de decadencia de nuestra civilización occidental y corresponde a su estado de disolución, de barbarie.
¿Y no es, acaso, barbarie confundir unos símbolos conductuales socioculturales con la mera voluntad psicológico de comer o no en exceso, llevar o dejar de llevar pendientes, o tener o no tener perrito? ¿No es, a su vez, barbarie, malinterpretar una forma trascendental (en el sentido filosófico clásico: kantiano) de argumentar como la del señor Junceda, y confundirla con una manera empírica y psicologista de ejemplificar? ¿No es también un síntoma de decadencia que el sentido de un concepto propio de nuestra cultura filosófica sea hoy casi ininteligible para el mundo postmoderno sumido en la barbarie tecnológica? ¿No son la pérdida de las raíces, el desconocimiento de las ideas que han generado nuestra civilización a favor de conceptos babosos, de un moralismo pusilánime, propios del progresismo, síntomas de decadencia?
Ya en el siglo pasado, Nietzsche definía al hombre moderno, al que llamaba el último hombre, el más nefasto de todos, como un animal de rebaño, un animal numérico, carente de valores e incapaz de crear nada nuevo, un ser mimético, regido por los criterios de la masa, dominada por la ley del más fuerte.
A nuestro modo de ver, mimetismo y rebaño se conjugan también en los tres usos que el señor Junceda analiza en su artículo y no atreveríamos a añadir uno más: La manifestación del cuerpo femenino en todo su magnífico esplendor; senos, glúteos y piernas al desnudo. Lo nunca visto hasta estos último cinco o diez años. Todo ello coincide con el brote de amaneramiento feminoide de nuestra sociedad, y del fenómeno mucho más complejo de inversión de los valores tradicionales de nuestra civilización, donde lo masculino fue predominante hasta los últimos decenios del presente siglo. Ahora se impone lo femenino en todas las facetas sociales; se impone la mujer con todas sus formas a la vista en un gesto que tiene también algo de desesperación y de petición de auxilio ante la caótica e inédita situación en que se encuentran tantos varones empequeñecidos, domados, como observara Esther Vilar en su momento, y condenados a un sexo seguro y alienado. El condottiero clásico de nuestra civilización occidental se ha metamorfoseado en vendedor de seguros, funcionario o ejecutivo. Que duda cabe que el hombre es una especie en peligro de extinción. La fórmula "a menos macho, más hembra" es exacta "de toute façón" y no por razones psicológicas sino por el forzoso sino de nuestra civilización que ha llegado a su final, a su ocaso: Fausto ha muerto y con él los valores que le dieron vida, incluso la simbología de lo femenino y su modo de ser cósmico.
Sí, por eso le animamos, señor Junceda, a que siga profundizando en los síntomas sociales de este ocaso. ¡Avizore, atrévase a avizorar! Pues, como bien intuye, esos usos son el reflejo de un ocaso inconsciente en las mentes de los individuos, pero no por ello menos real, ocaso ya anticipado por Nietzsche y Spengler y ratificado por Foucault, Deleuze y Lyotard, todos ellos filósofos del porvenir, que han visto en este final, en esta decadencia, la forzosidad de la historia, una Historia occidental que culmina en la barbarie postmoderna, de carácter fundamentalmente tecnológico y que corre paralela al agotamiento de las Artes, la Ciencias, el Pensamiento y los usos y costumbres, la mayoría de ellos perversos respecto a nuestra cosmovisión clásica.
Por eso animamos a todos los que sean capaces de desvelar en la cotidianidad, esa lógica interna de la vida histórica que no es sino la metafísica de las costumbres, a rebelarse contra los falsos dogmas del rebaño, contra todo lo que sea masa, valor muerto y sepultura del individuo, un individuo que hoy es más Sísifo que nunca. Sic transit Gloria Mundi.
Ángel Méndez (marzo de 1999)

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